lunes, 12 de abril de 2021

EL TRANVIA DE LISBOA
Lisboa. Voy en un tranvia amarillo que parece sacado del museo de los tranvías y los coches de Lisboa. Viajamos turistas y pasajeros locales. Esta línea une la Baixa con los barrios empinados de la Mouraria, Alfama y Castelo. Produce un ruido que anuncia su paso y sirve para advertir a los fotógrafos deseosos de fotografiar estas joyas del transporte en extinción. Esta es la línea más centrica de Lisboa; hay una decena de rutas. Funcionó con carbón en el siglo XIX; y desde el 1900 es eléctrico. El timbre es una campana que alerta a los pasajeros para subir y bajar. A mi lado un lisboeta, "lobo de mar" nonagenario quien va al encuentro de sus amigos marineros, en un café que abre sus puertas desde 1847. "Las guerras no se ganaban en el mar, pero producían felicidad", me dice. "Las victorias de la fuerza naval de Portugal se traducían en control del mar", recuerda orgulloso. "Portugal fue potencia marítima a partir del siglo XIII porque tenía el conocimiento técnico y naval suficiente para dominar los océanos". Goa, en India. Macao en China. Brasil en América. Al sur del Sahara, Angola, Mozambique, en Africa. Madeira, las Azores en el Atlántico. Las Molucas, Timor, en Indonesia, Nagasaki, en Japón. El tranvía se detuvo. "Bom viagem" dijo el amigo, se despidió y puso pie en tierra. Nosotros seguimos a Chiado, para ver las calles por donde salieron los descubridores de lejanos mares. Lisboa está intacta, con sus costumbres, casas y edificios. No entró en guerras, todo se conserva. La ciudad es un museo.

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