domingo, 8 de agosto de 2010

Salta, folclor y naturaleza

Salta, folclor y naturaleza
BY ENRIQUE CORDOBA

ESPECIAL/EL NUEVO HERALD

Nada puede reemplazar la experiencia de ir a Salta y cruzar los Andes en el mítico Tren de las Nubes --a 4,220 metros de altitud--, recorrer los pueblos de los pintorescos Valles Calchaquíes, ir de pesca al río Bermejo, fronterizo con Bolivia, o pasar una madrugada escuchando zamba en la peña Boliche Balderrama.
Me faltaron días para visitar esta hermosa provincia del noroeste argentino que limita con Chile y Bolivia y aún conserva huellas del imperio inca. Su diversidad de paisajes, el legado del arte hispánico, la amabilidad de sus gentes y las actividades que se pueden desarrollar confirman el potencial turístico de Argentina y los infinitos recursos que posee América Latina.
Salta es la ciudad capital de la provincia del mismo nombre, tiene 500,000 habitantes y está ubicada a 1,600 kilómetros de Buenos Aires.
Sus calles, iglesias y casonas guardan el estilo colonial y en el museo antropológico se conservan momias de cinco siglos. Se trata de los ``niños del Llullaillaco'', ofrendados por los incas en huacas, y encontrados a 6,730 metros de altura en la cumbre de un volcán.
La catedral, las iglesias, el monumento del general Güemes y el mercado artesanal merecen una visita.
``No dejes de probar las empanadas salteñas'', aconsejan a quien viaja a esta capital, y no hay duda de que son para chuparse los dedos. Al llegar a la ciudad me dieron un mapa con ``el corredor de las empanadas'', donde están marcados los mejores lugares para comerlas. Fue en Bolivia que nació la fama de las ``salteñas''. La escritora argentina Juana Manuela Gorriti huyó al país vecino y para sobrevivir elaboró empanadas que luego se hicieron populares. Hoy en Salta realizan concursos de empanadas, basados en técnicas y recetas, y son un orgullo regional. ``Cómelas con las piernas abiertas'', recomiendan, ``porque son muy jugosas y te chorreás''.
Salta está localizada en el Valle de Lerma, desde donde se abre un horizonte montañoso que ha sido aprovechado para caminatas, cabalgatas, paseos en bicicleta, excursiones en ``cuatrimotos'' y safaris fotográficos. Los salteños tienen un estilo de vida muy tranquilo. Viven sin premuras, trabajan lo necesario, hacen una siesta rigurosa después del mediodía y en la noche se juntan en cafés, casinos y discotecas. Salta es famosa como cuna del folclor y la música, y por conservar sus tradiciones y
costumbres.
Los Chalchaleros y Los Nocheros se convirtieron en los máximos representantes de la zamba, cuecas, bailecitos y chacareras. ``El que no conoce Balderrama: no conoce Salta'', dice la canción popular. Ese es el boliche de la calle San Martín y el Canal del Esteco, que desde 1,954 se transformó en ``el templo del folclor argentino''. Recitó su propietario: ``Aquí nacieron zambas y entuertos, amoríos y poemas. El sol encegueció trasnochados y bohemios, mientras poetas pedían el almanaque para reconocer la fecha que se levantaban de la mesa''.
En la vuelta a los Valles Calchaquíes --ruta 68-- se aprecia una región de pueblos levantados con casas de adobe y paja. Es un camino de quebradas y cerros rocosos por donde ha pasado el viento y el sol. Las poblaciones son: Molino, Cachi, San Carlos y Cafayate, la principal, cuyo microclima es único.
Si es amigo de la aventura y resiste altitudes extremas escale hasta San Antonio de los Cobres. Desde un ferrocarril de trocha angosta llamado el Tren de las Nubes, cruce los Andes y aprecie un paisaje inolvidable. En Salta se produce el vino torrontés y el gaucho sigue en el campo. •

El cuento del 20 de julio

El cuento del 20 de julio

La casa del florero en Bogotá le debe su nombre a un episodio que culminó en la guerra de independencia, cuando un comerciante español se negó a prestar un florero para una cena en honor al delegado real de Madrid.
ARCHIVO
BY ENRIQUE CORDOBA

ESPECIAL PARA EL NUEVO HERALD

Para Pedro y María, quienes viven en Miami desde hace 30 años, la fiesta del 20 de julio es muy diferente a la que viven su familia y miles de compatriotas en Colombia.
Cuando ellos piensan en el 20 de julio, la cabeza se les llena de imágenes de su patria lejana. Dibujan en su mente el mapa con las tres imponentes cordilleras de todos los verdes, que se pueden tocar con las manos y los doscientos ríos. Recorren velozmente sus fronteras con los dos mares sobre el Atlántico y el Pacífico y se sitúan en la capital colombiana donde hay varios referentes de esa fecha, a su vez el día más mencionado en la vida del país.
Pedro y María, como la mayoría de los colombianos, asocian el 20 de julio con un famoso florero que este martes 20 de julio del 2010, cumple el primer bicentenario de haberse convertido en noticia internacional.
Alrededor del florero se produjeron acontecimientos que estremecieron a Colombia y conmocionaron a las Cortes de Su Majestad el rey Fernando VII de España. El adorno es un tesoro que con el tiempo se convirtió en una leyenda y se exhibe en la vitrina de una casa de dos plantas, pintada de color blanco con ventanas verdes y techo de tejas. Tiene balcones desde donde se divisa el Cerro de Monserrate al oriente, y por el otro costado la calle 10 y la carrera séptima. A la casona ubicada en una esquina de la Plaza Mayor de Bogotá, Pedro y María la vieron por vez primera en la página de un libro, en un grabado de la Historia de Colombia, autoría del Hermano Justo Ramón.
El caso fue que la negativa de un comerciante español, José González Llorente , de prestarle su florero para lucirlo en la cena que se ofrecía al delegado real de Madrid Antonio Villavicencio, provocó la ira de los hermanos Francisco y Antonio Morales y esa fue la chispa que encendió los ánimos de los criollos.
Si Llorente tenía una tienda de artículos en Bogotá, el hecho de pedirle prestado un objeto de su inventario fue sólo un pretexto de los criollos para generar un estallido social que se regó como pólvora por todas las poblaciones del país. Así nació el curioso episodio conocido como el Florero de Llorente, que dio lugar al Grito de Independencia de Colombia.
Mientras Pedro y María concurrieron a la escuela, el 20 de julio, tuvieron que ir todos los años a misa y Te Deum en la catedral, trajeados con el uniforme de gala, y asistir después a un acto cultural para escuchar el discurso del alcalde, declamaciones y poesías que mencionaban a los héroes de la patria.
Con el paso de los años pudieron entender la diferencia entre el 20 de julio de 1810 y el 7 de agosto. El primero tiene un significado político, mientras que el 7 de agosto de 1819, fue el día en el que tuvo lugar la Batalla de Boyacá. Fue un choque entre los ejércitos patriotas y las fuerzas españolas. Así se selló militarmente la independencia en el marco de la gesta libertadora donde intervinieron los ejércitos bajo el mando de Simón Bolívar.
De adultos la celebración adquirió otra importancia puesto que ese día el interés se centraba en el edificio del Capitolio nacional, en el costado sur de la Plaza Mayor, donde los miembros del Congreso de la República eligen al presidente de la Cámara y el Senado. Allí se posesiona el presidente de la República --cada cuatro años- y jura cumplir la Constitución y las leyes y presenta su informe a la nación todos los años.
Pedro y María recuerdan que el primer 20 de julio que pasaron fuera de Colombia experimentaron una extraña sensación. Cuando iban por la calle en Miami llevando la bandera de colores amarillo, azul y rojo, para reunirse con un grupo de compatriotas en el downtown, --a fin de rendirle homenaje a Colombia y cantar el himno nacional--, sentían que algo les revoloteaba por dentro.
--Ese es amor de patria--, le dijo Pedro a María. Eso sólo se siente cuando uno está lejos de la tierra--, agregó.
--Entonces yo amo mucho a mi país--, replicó ella. Y se explicó: el corazón me palpita de emoción. Extraño la familia, los amigos, la comida, los sitios donde disfrutamos los paseos. Siento que aquí no soy nadie, esto no es lo mío.
--A mí también me falta mi cielo--, dijo Pedro. Pero recuerda, nos vinimos para Estados Unidos a buscar las oportunidades que nos negó Colombia.
En esa época no había muchos colombianos en el sur de la Florida y por lo tanto para encontrar un restaurante con platos de la gastronomía colombiana había que caminar, porque existían muy pocos.
Llegaron hasta La Fondita de Arturo López, en Flagler --antes de fundar el Monserrate-- y calmaron la sed del verano con un refajo mezclando cerveza Aguila y ``Colombiana'' helada. De almuerzo pidieron empanadas, un ajiaco santafereño y natas a la hora del postre.
Después se fueron a la esquina de Walgreens, en East Flagler, donde vendían la prensa colombiana --El Tiempo, El Espectador, El Colombiano, Cromos y El Heraldo--, que llegaban casi congelados entre rosas y pompones, en el llamado vuelo de las flores, pues era el único medio para informarse de las noticias de Colombia. No existía Radio Caracol, ni la W, ni había internet. Vicente Stamato, un argentino que por muchos años residió en Bogotá y que se había venido a Miami a crear una revista con otros colombianos, contaba a Eucario Bermúdez y al ``Tigre'' Rincón, en las mañanas en su oficina del Colombian Center 300 Aragón, al lado del Consulado en Coral Gables, su lucha de todas las noches. En el balcón de su apartamento le movía en todas direcciones la antena a un radio Sony de diez bandas, sufriendo al tratar de captar y que fuera audible la débil señal de las emisoras colombianas. Su objetivo era escuchar los partidos de fútbol y enterarse de la cotidianidad de su segunda patria, donde aún vive como un colombiano más.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde aquellas celebraciones del 20 de julio hasta hoy.
La Colombia del siglo XXI dista mucho de aquella nación de capital alejada y de espaldas a los hechos internacionales, acostumbrada a mirarse al ombligo.
Hoy uno de cada diez colombianos vive en el exterior y el impacto de la globalización muestra su cara con las remesas que benefician al país.
Esos millones de emigrantes han podido confrontar el desarrollo económico y calidad de vida en otros países, para verificar el sentido gerencial, la inteligencia y honestidad con las que sus gobernantes y dirigentes han sabido administrar y encaminar los recursos del país desde 1810 hasta el 2010.
Lo cierto es que su reconocido espíritu de trabajo, tenacidad y creatividad le han abierto paso a esos colombianos que hoy son apreciados dentro y fuera del las fronteras, por su talento y ansias de prosperidad.
Tres grandes oleadas de inmigrantes que empezaron a llegar a Estados Unidos en la década del cincuenta y tomaron fuerza en los últimos veinte años, conforman en la actualidad el bloque sólido de una comunidad que en el sur de la Florida supera los cuatrocientos mil habitantes.
Estos colombianos ya integrados a la vida política y económica de sus ciudades y condados, son parte esencial y protagonista en una sociedad que debe su grandeza a las corrientes inmigrantes.
Pedro y María suelen ir de paseo a Colombia para compartir momentos agradables con sus viejos amigos y familias. Se van de gira por los rincones del país y a veces sueñan volver a establecerse en el suelo que los vio nacer. Sin embargo lo dudan porque sus hijos ya están emparentados con cubanos y sudamericanos y sus nietos son anglosajones. Aman a Colombia y les emociona su realidad, al mismo tiempo adoran a Estados Unidos, al que le agradecen las oportunidades encontradas.
--Me fascina ir a Colombia--, dice Pedro. Pero no hay como Miami--, dice. En Miami está mi cama.

El costo de la ciudad

ENRIQUE CORDOBA: El costo de la ciudad
BY ENRIQUE CORDOBA

Hace poco estaba en un apartamento en Roma, con motivo de la despedida al pintor Felipe Arango y su esposa, María Elisa Pinzón, quien decidió retirarse de la FAO para regresar a Colombia. Cada día de los 17 años que vivieron en la capital italiana, Felipe le hizo saber a su mujer que no estaba conforme fuera de su patria y que extrañaba a Bogotá. Siempre han vivido en la vía Marmorata, frente a la colina del Aventino en el barrio Testaccio, donde en los años 30 el equipo de la Roma tuvo su mítico campo de fútbol. Ha leído tantos libros acerca de la historia de la ciudad, que Felipe terminó por convertirse en un gran conocedor de la vida de los romanos, pero inconforme en ese museo urbano.
La despedida tuvo lugar en el segundo piso de un edificio en la Piazza Tuscolo. El apartamento es espacioso: tres cuartos, un comedor grande, cocina de las que hacen suspirar a las señoras y una sala amplia por donde entra la luz a través de cuatro enormes ventanas. Por la ventana interior de la escalera se divisa un jardín en lo que sería el patio, de un cuarto de acre. Alrededor están las entradas a los apartamentos del condominio de siete pisos.
El dueño de este apartamento es un médico colombiano de origen libanés, quien llegó a Italia procedente de Cartagena de Indias.
Hoy, 30 años después, acompañado de su esposa italiana, quien se asimiló a la cultura colombiana con tal naturalidad que puede pasar por caribeña, y una hija, disfruta de los beneficios del sistema europeo. Si le tocan el tema, el médico saca la cara por Mussolini y Berlusconi, de quienes es un furibundo defensor.
--El desarrollo de Roma en los últimos cien años se le debe a Mussolini --sostiene--. Después de él, aquí no se ha construido nada importante.
Tiene el mejor concepto de Berlusconi, de quien dice que siendo un empresario debió entrar obligado a la actividad política para defender sus empresas y crear empleos. ``Berlusconi nos acaba de eliminar el pago de impuestos a la propiedad'', asegura.
Se me ocurrió preguntar el valor de los impuestos del apartamento de 2,500 pies cuadrados.
--Pago mil euros de impuesto por este apartamento-- respondió.
--¿Y cuanto de administración?
--Ochenta euros.
Como los lectores saben, porque les golpea los bolsillos, en Miami --por ejemplo-- el propietario de un apartamento de 1,200 pies cuadrados, en un edificio construido hace 20 años, en la zona de Brickell, paga cuatro mil dólares aproximadamente. A esta cantidad se añaden 700 dólares de administración y tenemos una suma escandalosa de más de mil dólares mensuales y no hemos incluido el pago de la propiedad. Con sobrada razón, muchos inversionistas europeos, cuando se informan del elevado costo de los impuestos en Miami, cancelan los planes.
En Madrid también tuve otra gran sorpresa. Una amiga, escritora muy leída, no paga impuestos, porque su aparta-estudio no clasifica como vivienda. Y está ubicado a 50 pasos de la Plaza de Oriente, a metros del palacio del Rey. No hablemos del costo de los productos alimenticios, porque en todos estos países se adquiere el doble con lo que aquí se gasta en el supermercado. Respecto a educación y seguros médicos, la diferencia es del cielo a la tierra: son obligación del Estado, sin distinción de clases y para toda la población, sin excepción.
La solución no es irse a vivir a Europa, como pensarán irónicamente algunos. Debemos elegir políticos competentes que le devuelvan calidad de vida a la población. El estilo de vida americano fue un emblema en el mundo del buen vivir. Hoy este confort ha sido pulverizado por los alcaldes y comisionados, quienes no tienen más soluciones fiscales que aumentar los impuestos cada vez que requieren presupuestos para despilfarrar en burocracia y gastos que terminan cuestionados.
Vivir en Miami es cada día más costoso. Miles de jubilados están perdiendo sus propiedades porque la gente no tiene más.
Señores alcaldes y comisionados de la ciudad y del Condado: tengan sensatez. Actúen con responsabilidad que de sus decisiones dependen miles de familias y el futuro de muchos.