lunes, 13 de febrero de 2012

Joropo, morichales y carne a la llanera

ENRIQUE CÓRDOBA ESPECIAL/EL NUEVO HERALD.- Son un tercio del territorio colombiano. Nacen a una hora de Bogotá y se extienden hasta la frontera venezolana. Sus pobladores viven en los departamentos de Arauca, Casanare, Meta y Vichada. Como en Apure, (Venezuela), se caracterizan por su sencillez y espíritu indomable. Francos y hospitalarios, suelen dar posada al peregrino. Amantes de la vida en los hatos, son madrugadores y toman el café cerrero (sin azúcar). Se dedican con pasión a la cría y ordeño de ganados. Cantan y contrapuntean con arpa, cuatro y capachos y andan de a caballos libres como el viento. Después de una pausa obligada de varios años a causa del conflicto armado, los Llanos Orientales se han puesto de moda para el turismo de campo. Villavicencio, la ciudad más importante del departamento del Meta, se acerca al millón de habitantes y es conocida como “la puerta de Media Colombia”. Es la cabecera de una docena de poblaciones como Yopal, Cumaral, Villanueva, Paz de Ariporo y Arauquita, que deben su auge a la producción de 900,000 barriles diarios de petróleo. Siete de cada 10 técnicos son venezolanos que han contribuido al boom energético colombiano. Inversionistas nacionales y extranjeros, han puesto sus ojos en fincas agroindustriales y de recreo, y en cultivos de palma africana. La geografía de esta región está adornada de morichales y bellos atardeceres. Las llanuras son verdes como una mesa de billar y en la lejanía parece que no tuvieran fin. Hay hoteles y fincas acondicionadas con cabañas donde el visitante puede dormir en chinchorros, salir en cabalgatas o de cacería, o ir a un río. La “mamona” a la llanera es lo más típico de la gastronomía y consiste en poner a la brasa tiernas carnes de una ternera de entre 12 y 18 meses de edad. Se acompaña con papas, yuca, plátano verde o maduro y picante a base de ají, cebolla, cilantro y aguacate. Beben aguardiente, cerveza o refajo, una mezcla de cerveza con cola. La música llanera con sus cantautores que expresan en joropos, pasajes y tonadas las vivencias del hombre y la mujer llanera, atraen al turista por su ingenio y ritmo. “Carmentea” el joropo que su autor Miguel Angel Martín compuso a una enamorada, es un ejemplo, y empieza asi: “Cantar del llano, cantar de brisas del río/ Ay! Carmentea tu corazón será mío”. El verso final dice: “Tu cuerpo de palma real,/ tus labios de corocora,/ y esos cabellos tan negros/ de que mi alma se enamora”. “Los bailadores profesionales se visten con liquiliqui, un traje que data del siglo XVIII, el mismo que usó Gabriel Garcia Marquez en la ceremonia donde recibió el Nobel”, comentó Bernardo J. Rocha, profesor del colegio Caldas, personaje muy apreciado en Villavicencio. “El sombrero es el borsalino, pelo de guama o de fieltro. Se calzan con alpargatas de suela lisa y dura para que suenen al zapatear”, me dijo Rocha. Al atardecer del viernes en un bar de San Martín, la capital ganadera del Meta compartí unas horas con gentes lugareñas entre cervezas y folclor. A la media noche me fui a dormir a una acogedora finca donde los vaqueros crían ganados Cebú y Brahman, una raza ideal para carne en estas tierras tropicales. El viaje me acercó por unos días a la otra Colombia, a la maravillosa, con paz y bellezas naturales; la que no visitaba por temor a la guerrilla.• enriquecordobaR@gmail.com Read more here: http://www.elnuevoherald.com/2012/02/12/1123603/joropo-morichales-y-carne-a-la.html#storylink=cpy

El mundo de Lorica

ENRIQUE CORDOBA.- Lo de Lorica es inusual. No es una ciudad hermosa, como Cartagena de Indias, Río de Janeiro o La Habana, en los buenos tiempos. Tampoco hay grandes torres, museos o bulevares arborizados. En Lorica las postales son su gente y lo que cautiva, es su idiosincrasia. En Lorica la cultura popular se da silvestre y se vende como oro en polvo. Las cosas que le suceden a los loriqueros no le ocurren a nadie más. Y ellos mismos recrean y se divierten de su cotidianidad. De manera que desde que amanece y sale el sol, todos se buscan, para contarse historias. Pueden ser las vividas en carne propia, las escuchadas en la esquina o las inventadas; el hecho es que nadie se queda inactivo. Y ese es el peligro: porque nadie se escapa. No importa que sea rico o pobre, blanco, indio, negro, árabe, mulato o mestizo. -Yo soy el único en Lorica que no tiene apodo – dijo en una tertulia, un vecino de Chepe Morales, un chofer de taxi de Cascajal. Al anochecer ya estaba bautizado. Desde entonces se le conoce como: El único. El mercado público de Lorica, es uno de los principales atractivos. Construido en 1938, de estilo mudéjar, a la orilla del río, alberga vendedores de sombreros, hamacas, abarcas y pieles de caimanes. La residencia de la familia Manzur en el área del centro histórico, es una joya arquitectónica de corte republicano. Otro lugar para visitar además de la iglesia y el Club Lorica, es la casona de Ana Gabriela Martínez, en la Plaza de la Cruz, que recuerda las casas del barrio Manga de Cartagena, o el Vedado, en La Habana. Los frescos o batidos de níspero con leche de “Siboney”, un kiosco frente al Club Lorica, son campeones. “Volvería a Lorica, sólo por tomar batido de níspero”, dijo en Miami Marisol De Ornelas, una venezolana de 15 años, quien visitó a Lorica en julio del 2010 y quedó impactada por su exquisitez. Al lado una señora instala una venta de fritos. Vende arepas de huevo, empanadas de carne y carimañolas a base de yuca, rellenas de queso, para acompañar los batidos. Los kibbes que trajeron los árabes juegan de “home club” y hacen parte de la gastronomía de Lorica y la región. Hay varios puntos de venta, pero debe ir a las siete de la noche al pie de la alcaldía, si usted quiere probar los que hace Yolanda. Ella aprendió a hacerlos en casa de Musa Jattin, un libanés que lo vi llegar de 15 años cuando yo también era niño y todavía no habla español y el árabe se le olvidó.Bajo su techo se encuentran restaurantes típicos donde se cocinan los más deliciosos sancochos de bocachico, – en leche de coco - y de gallina, del mundo. Los viernes y sábados se vive una pintoresca feria comercial y se exhiben coloridas artesanías de barro fabricadas en San Sebastían. Si es temporada invernal, el río se llena de pescadores. Con la alborada empieza el bullicio. Este es un pueblo de 80.000 habitantes, en el departamento de Córdoba, en el norte de Colombia, en el que la gente se levanta temprano, toma café negro a las seis, lee periódico y desayuna a las siete; van al banco y hacen sus dili-gencias a las ocho, y a las nueve ya quedan deso-cupados. La mañana se va en hablar de los políticos perversos que no dejan progresar al municipio, de los ricos que atesoran el dinero en fincas y ganados y no invierten en la ciudad y, de los muchachos que se van a estudiar a Bogotá y no regresan. Al mediodía, el sol suelta un sopor con temperatura de 38 grados centígrados, que noquea a los nativos en sus hamacas y a los extraños les obliga a buscar la sombra bajo un palo de mango o en el aire acondicionado de una oficina bancaria. La noche se acaricia familiarmente en mecedoras de mimbre en la puerta de la casa o en tertulias amigueras en la zona rosa de La Muralla, a la orilla del río. Así se repiten los días de este pueblo que era inmenso y el más lindo del mundo cuando yo era un monaguillo. Hoy no estoy seguro si es un cuento que me inventé y me sé de memoria. Olvidaba decirles que cuando lleguen a Lorica no se confundan, sigan y entren. Lo que ocurre es que en Lorica hay más motos que en la misma China.