martes, 12 de abril de 2011

ENRIQUE CORDOBA: El escritor que nunca trabajó

ENRIQUE CORDOBA: El escritor que nunca trabajó


ENRIQUE CORDOBA

Un escritor lleva a otro, y una vida o la muerte también conducen a hechos que parecen coincidencias: es lo que me ha pasado.
Leyendo por esos días sobre la vida de Karl Kraus, un eminente periodista y ensayista austríaco respetado por sus críticas al papel de la prensa; y sus aforismos, y quien vivía en Viena, entre cerros de libros y periódicos, en la primera mitad del siglo pasado, me acordé de otro escritor que nacido en Córdoba, Argentina, tuvo una vida salida de lo común.
Al egiptólogo José Alvarez López lo conocí en un viaje que hizo a Miami con su mujer, la poeta Alejandra Correa, en 1995. Me entero de su muerte a los 93 años de edad ocurrida en su casa de Tala Huasi, en la sierra cordobesa donde lo visité hace diez años. En esa ocasión le filmé un experimento para demostrar propiedades del caucho y la corriente eléctrica.
De su paso por Miami recuerdo que estuvieron felices en una recepción ofrecida por el académico de la lengua y poeta cubano, Luis Angel Casas. Se encantaron de la acogida que tuvieron sus charlas entre escritores y amigos de varios países.
Alvarez López, cuya delgada figura hacía recordar la imagen que uno tiene del Quijote, cautivó a la audiencia con su elocuencia y genial sabiduría en el campo de la física, las matemáticas y el remoto Egipto.
En uno de sus libros, Avances en yoga: el yoga eléctrico, estudió los mecanismos eléctricos del cuerpo humano e insinúa el porqué el yoga nos produce relajación.
Raúl Salazar, de reconocida vocación por los estudios filosóficos, recuerda que Alvarez le dijo: “Llevo cincuenta años viajando a Egipto y analizando el fenómeno de las pirámides. No hay otra explicación y es que eso fue construido por extraterrestres”, aseguró.
En El enigma de las pirámides, Alvarez López escribe con un tono de novela de ciencia ficción. Se asombra de teorías y medidas hechas alrededor de esas maravillas del universo.
Sostenía el profesor José Alvarez López que para trabajar y mover esas piedras se tuvieron que utilizar máquinas-herramientas con 4,000 años de antigüedad que hoy no tiene la industria moderna.
Volviendo al singular Kraus, fue director, redactor único y corrector de Die Fackel (La Antorcha), la revista más importante de la historia centroeuropea.
El dramaturgo y poeta escribía y leía sin afanes todo el día y la noche, porque no tenía esposa ni hijos, pero sí amante –Sidonie Nádherny– y contaba con recursos derivados de su familia.
–¿Usted en qué trabaja? –pregunté a Alvarez López en una entrevista en Radio Caracol.
–No trabajo. Mi papá me dijo que no me preocupara por trabajar –respondió–. Que mientras yo estudiara y leyera, no me preocupara ya que él no pudo ir a la escuela. Mira –dijo Alvarez sonriente– tengo setenta años y nunca he trabajado.
Fue profesor de la Universidad de Córdoba y autor de La cábala y los cabalistas, Tiempo y cuarta dimensión, La Biblia alquímica, La Biblia cuántica, El hombre, náufrago del cosmos, El mensaje de la gran pirámide y Bioinformática, bases para una nueva biología. Para José Alvarez López los libros y escribir nunca fue un trabajo. Yo pienso igual.
enriquecordobaR@gmail.com


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Alemania vibra en la Colonia Tovar

Alemania vibra en la Colonia Tovar



ENRIQUE CÓRDOBA

ESPECIAL/EL NUEVO HERALD

Como si le faltaran más atractivos a este hermoso y enorme continente que tiene todos los climas, en América también encontramos un poco del paisaje y los sabores de Europa.
Alguna vez en Buenos Aires lo pensé: esto parece Barcelona, Nápoles o París, pero con la ventaja del bife de chorizo y la inmensidad de América.
En Quebec, al este de Canadá, los siete y medio millones de habitantes de esa provincia conservan el idioma y las costumbres francesas. Dicen que Quebec es como Europa pero sin el jet lag.
Boyacá, un precioso departamento a dos horas de Bogotá donde hay pueblos como Villa de Leyva, que conservan intactas las tradiciones de España, ofrece el horizonte rural y verde de Galicia.
Alemania tambien está viva en América. Venezuela tiene un pedazo de la Selva Negra -Schwarzwald- a 42 kilómetros de Caracas, donde se disfrutan sus sabores y las cervecerías se anuncian con caligrafía gótica como en Baviera.
“Esta cerveza la producimos artesanalmente”, explicó al vendérmela en una tienda muy concurrida, un hombre robusto, rubio y de ojos verdes.
Contrastó su aspecto de montañero de los Alpes, con el perfecto castellano de un venezolano más. Estábamos en un poblado de 15,000 habitantes con 18 grados centígrados, a 1,800 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera andina.
La historia de su familia sigue el rastro de los primeros inmigrantes de este lugar, ícono del turismo venezolano. Esta inmigración se debió a un programa de intercambio cultural y económico entre Venezuela y Alemania, aprobado por el Congreso Nacional durante el gobierno del Presidente José Antonio Paez en 1840.
Agustín Codazzi, un veterano italiano de las guerras napoleónicas, quien luchó como oficial mercenario del lado de los patriotas independentistas de Colombia y Venezuela, fue contactado en Francia donde residía luego de su aventura en tierras suramericanas. Se puso al frente de la empresa colonizadora junto con Ramón Díaz y seleccionó pobladores de Wyhl, Edingen y Oberbergen de Kaiserstuhl, en el Estado independiente llamado Gran Ducado de Baden, entre Francia y Alemania, a orillas del Rin. Según los cronistas, la zona guardaba ciertas similitudes geográficas y climáticas con las tierras donde iban a vivir. Pertenecían al Conde de Tovar, quien las donó y actuó como fiador para crear el proyecto y por esa razón el nombre: Colonia Tovar.
240 hombres y 151 mujeres salieron por el Rin de la Selva Negra el 18 de diciembre de 1841 al Puerto de Le Havre, Francia, donde se embarcaron el 19 de enero de 1843.
Llegaron a La Guaira, Venezuela, el 4 de marzo y sólo pudieron arribar a su destino el 8 de abril, (debido a una cuarentena causada por epidemia de viruela) que es considerado el día de la fundación.
Hoy día algunos descendientes de esos pioneros hablan badischen (dialecto de Baden), pero todos hablan castellano y están integrados a la vida del país. Los visitantes se sienten como en Alemania y van al pintoresco mercado de frutas, verduras y dulces. El paisaje es de montañas, arquitectura, gentes y las banderas de Alemania y Venezuela.•


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