viernes, 29 de mayo de 2009

ENRIQUE CORDOBA: Una lección de democracia

ENRIQUE CORDOBA: Una lección de democracia
By ENRIQUE CORDOBA
Desconozco cual de las dos fiebres es más preocupante para nuesto hemisferio, si la llamada fiebre porcina o el reeleccionismo que ha contagiado a los gobernantes de América Latina.
Para los constitucionalistas, académicos y puristas de la democracia lo que estamos contemplando en el acontecer de la vida política de nuestros pueblos es alarmante.
Después del periodo de dictaduras que padecieron los países latinoamericanos a mediados del siglo XX, este es el momento de mayores ataques a las cartas constitucionales.
No sé si me agarró distraido cuando ocurrió, pero yo no recuerdo haber vivido una etapa de tal polarización como la que me parece que se ha presentado.
Quien no comulga con las ideas del gobernante es un enemigo del país y de su progreso. No hay lugar para disentir y opinar diferente. Ya no hay espacio para el debate inteligente y el balance de los conceptos.
Un colega me dijo esta semana que asistió a una reunión social en casa de un amigo en un barrio exclusivo de Miami-Dade y ``casi me linchan por tener puntos de vista opuestos, en un tema de política latinoamericana, a un grupo importante de la fiesta''.
Esto es tan válido para el sur como para el norte, porque igual cosa sucede en Estados Unidos, donde los medios de comunicación son campos de batalla.
Los columnistas y conductores de programa de radio o televisión que intervienen son dueños absolutos de la verdad y los demás son unos pobres analfabetos, desinformados y merecedores de la hoguera de la disidencia.
La inquisición creada en Europa desde el siglo XIII para combatir la herejía parece haber regresado con empaque diferente, pero causando los mismos perjuicios.
Lo cierto es que la corriente releccionista ha roto la tradición sagrada e intocable que se reservaba para la Constitución.
Reelección y autoritarismo van hoy de la mano, cuando pensábamos que eran cosas de los libertadores.
De este tema hablamos en un programa de radio con mi amigo, el historiador de Tucumán, José Ignacio García Hamilton, quien hoy trata de vencer un cáncer que quiere quitarle la vida.
García Hamilton actualmente es congresista argentino y fue deportado por el gobierno cubano apenas arribó a La Habana, el año pasado.
''Llegué junto con mi mujer a Cuba y al presentar mis papeles se encendió una alarma y un oficial me dijo que por orden del gobierno tenía la entrada prohibida al país'', relató a la prensa.
En la pasada feria del libro de Miami, García Hamilton, Carlos Alberto Montaner y Plinio Apuleyo Mendoza debatieron sobre el autoritarismo hispanoamericano.
Graciela, su mujer, me informó desde Buenos Aires, al mediodía del viernes cuando escribí esta nota, que a causa de las radiaciones su salud había empeorado, pero sigue con ganas de seguir adelante y terminar un libro sobre Perón.
Sostiene el autor argentino que ``San Martín se autoproclamó protector del Perú y ejerció el poder con facultades dictatoriales''.
No sólo San Martín, tambien Bolívar, O'Higgins, Iturbide, los grandes libertadores de Hispanoamérica, fueron figuras liberadoras porque rompieron el lazo colonial, pero a todos ellos les agradó el poder absoluto. Iturbide se consagró emperador.
''Bolívar en Angostura solicitó al Congreso que dictara una constitución que lo nombrase presidente vitalicio y creara un Senado hereditario. Obviamente el presidente vitalicio iba a ser él'', señala García Hamilton.
``También hizo lo mismo en Bolivia, donde propuso una constitución con presidente vitalicio y Senado hereditario''.
García Hamilton cree que el proceso de democratización aún no está consolidado, por lo que es importante estudiar el pasado. Mientras estos hechos dominan el panorama político del continente, llega una noticia que tiene connotación curiosa para la práctica política en las Américas.
Por primera vez en 300 años renuncia el presidente de la Cámara de los Comunes del Parlamento británico por un escándalo de abuso de gastos de los diputados.
Con actos como estos se expresa la decencia de los gobernantes, se gana el respeto del pueblo y se fortalece la democracia. Es una lección de democracia. El resto es vagabundería.