domingo, 12 de abril de 2009

De turismo por Macondo y la zona bananera

Nuestra América
De turismo por Macondo y la zona bananera
By ENRIQUE CORDOBA
Especial/El Nuevo Herald
La ciudad de Santa Marta, a orillas de una hermosa bahía en el Caribe colombiano, es el punto de partida de un recorrido turístico en el que se puede disfrutar de buenas playas, una escala gastronómica en Ciénaga, paseo por la zona bananera, entrada a Aracataca, la tierra del Premio Nobel Gabriel García Márquez, para terminar en Valledupar, tierra de acordeones, cuna del festival de la leyenda vallenata que se celebra todos los años a fines de abril.
Santa Marta es la primera ciudad fundada en Sudamérica por los españoles, en 1,525. Los ataques de los piratas franceses, ingleses y holandeses, que la quemaron más de 20 veces hasta 1,692, obligaron a muchos pobladores a emigrar a lugares más seguros, como Cartagena, Mompox y Ocaña. Hoy es un distrito turístico, cultural e histórico que recibe un gran volumen de turismo interno de Colombia y de los estados occidentales de Venezuela, especialmente de la ciudad de Maracaibo. Tiene 400,000 habitantes y posee excelentes playas en el área de El Rodadero, Gaira, Taganga y el Parque Tayrona. Otro de sus atractivos es la Hacienda San Pedro Alejandrino, donde se conserva intacto el cuarto con la cama donde murió el Libertador Simón Bolivar, el 17 de diciembre de 1830.
Viajando hacia el sur por la Troncal del Caribe se aprecia la serranía que forma parte del Parque Natural Tayrona, donde nacen los ríos y quebradas que caen en la Ciénaga Grande. A 20 kilómetros está Ciénaga, un pueblo a la orilla de la carretera que también tiene un pasado ligado a los conflictos sociales del país. Acosado por la escasa paga como reportero, García Márquez abandonó el periodismo temporalmente para radicarse en esta población, desde donde emprendió la nueva tarea de vendedor de libros y enciclopedias. Hay quienes dicen que ése fue un pretexto para estar cerca de las parrandas y amigos, como el escritor Alvaro Cepeda, autor de La casa grande, oriundo de Ciénaga. Según la leyenda, era tal la bonanza por estos lares que los ricos educaban sus hijos en Bélgica y los velones para bailar la cumbia cienaguera se encendían con billetes. Ciénaga es una parada gastronómica obligatoria, ya sea para degustar las arepas rellenas con huevo y batidos de frutas naturales con hielo, o para comer pescado frito servido con arroz y tostones, conocidos aquí con el nombre de patacones.
A partir de este lugar el viaje se ambienta con paisajes acalorados de fincas ganaderas y pueblos olvidados por donde pasa el tren del que habla la narrativa garciamarquiana. A la orilla de la carretera se levantan tienduchas rústicas donde los lugareños sacan a vender las cosechas de mangos, piñas, papayas, zapotes y nísperos.
Unos kilómetros más adelante y entramos en la zona bananera. Una región que vivió un período de prosperidad a comienzos del siglo XX, gracias a extensos cultivos de bananos que se exportaban a Estados Unidos. La empresa comercializadora, la United Fruit Company, fue creada en Boston en 1899. Su sede estuvo en Prado Sevilla que aún hoy se visita y se aprecian vestigios de oficinas y casas al estilo americano.
En el kilómetro 80 está la entrada de Aracataca, el pueblo donde nació el escritor Garcia Márquez. Sus 50,000 habitantes se han acostumbrado a ver la llegada de visitantes extranjeros desde los más remotos sitios del planeta. En las calles polvorientas se pueden fotografiar desde esculturas de Remedios la Bella hasta mariposas amarillas de gran tamaño. La casa donde nació el Nobel está convertida en un museo donde se exhiben las ediciones traducidas a diversos idiomas de Cien años de soledad, la máquina de cine, el telégrafo, fotografías y otros objetos que pertenecieron a la familia o al mundo de Macondo.
Esta excursión termina tres horas más adelante, en Valledupar, capital del departamento del César, tierra de sembrados de algodón, compositores de música vallenata e intérpretes del acordeón, caja y guacharaca. Son los instrumentos básicos para la interpretación del vallenato, el ritmo que canta los amores y vivencias que Carlos Vives llevó más allá de las fronteras.•

viernes, 10 de abril de 2009

La política es chévere, dice Alexis

ENRIQUE CORDOBA: La política es chévere, dice Alexis
By ENRIQUE CORDOBA
De la nota publicada por el New York Times el miércoles pasado registrando el fallecimiento de Raúl Alfonsín, me llamó la atención un comentario que lo señalaba como ''el único presidente de la democracia argentina que no fue acusado de corrupción''. Esta precisión tiene la contundencia de una bomba y encierra la gravedad de los vientos que estremecen los principios y valores de nuestra vida.
¿Cuáles son los principales problemas de América Latina?, se preguntó unos días antes un grupo de académicos y periodistas, en el debate mensual que organiza el InterAmerican Democratic Institute de Miami. La corrupción y la pobreza, concluyeron.
Es un hecho irrefutable que desnuda la realidad de nuestros países y que debería avergonzar a la clase política. (Soy iluso y peco de ingenuo: acaso se puede esperar sensatez y juicio de esa especie. Si pensaran y actuaran con un mínimo grado de responsabilidad y ética, mejoraría la suerte de muchas naciones.)
No es así. Ha tomado fuerza la idea de que hacer política hoy día lleva implícita la astucia para estafar al electorado con falsas promesas, y el descaro para saquear el erario público.
2 -- ''Tú serías un candidato ideal porque aquí los alcaldes no hacen nada, y tú traerías ideas nuevas'', me dijo una amiga en un reciente viaje a mi tierra. ''El municipio tiene ahora un déficit de 30,000 millones de pesos y el alcalde anterior lo dejó con una deuda de 10,000 millones. Todos los que llegan se enriquecen y entre todos han arruinado la ciudad, no hay una sola obra para mostrar. Tú serías una opción nueva'', insistió.
Una parte de la gente que ha emigrado no piensa retornar a su país de origen, pero hay otro sector que acaricia esa posibilidad. Algunos se hacen la ilusión de contribuir y poner su experiencia y contactos al servicio de sus regiones. Las cosas no cambian y el día a día se parece al que dejamos. El entusiasmo me duró pocos minutos, porque mi contertulia luego me dijo: ``Para ser alcalde en este pueblo tienes que meterle mil millones de pesos a la campaña''.
En épocas pretéritas los gobernantes entraban a la política a servirle a la comunidad. Lo hacían por vocación de servicio. Era un verdadero sacrificio económico. Sus ingresos personales eran menores en la vida pública que en la actividad privada, pero aceptaban los cargos por orgullo, por el bien de su tierra. Oí decir a mi abuelo que en el comercio el acuerdo de palabra era más poderoso que un pacto firmado. La moral contaba.
Hoy la política se volvió negocio. Parar aspirar a una posición en el ejecutivo o en la rama legislativa financian sus campañas con dineros propios o de inversionistas. Una vez en el gobierno manipulan el espíritu de la ley y devuelven lo aportado a través de contratos y dádivas. Esa es la razón por la cual no se ve progreso, las obras resultan de baja calidad y los únicos que se favorecen son los amigos del elegido. Hay quien sostiene que se requiere tener un hígado especial para resistir el cinismo y la vagabundería que enloda la actividad política.
Avanzada la columna, caigo en cuenta de que he traicionado la promesa que me hice de no tocar estos temas, que siempre me llevan a descalificar a quienes trafican con la política. Debe de haber excepciones, supongo.
''Esa gente tiene coraza y no le importa lo que tú digas'', me dijo una amiga.
''Lo que pasa es que tú sigues pensando como lo hacían nuestros abuelos'', comentó el economista Ricardo Rocha.
Esa era gente con ideales, preocupada por lo bueno para su tierra y su sociedad. ''La culpa la tienen ellos y nuestros maestros'', agregó.
Ellos nos metieron en la cabeza que debiamos ser correctos y terminamos en un mundo en el que uno no cabe. Somos cuadrados en un mundo circular.
3 -- Llega a nuestras manos la obra del politólogo venezolano Alexis Ortiz La política es chévere, publicada por el Fondo Editorial del InterAmerican Democratic Institute. Dice su autor que es ''un libro para los interesados en iniciar una carrera política''. Ortiz pertenece a la escuela de los pensadores de coraje, que interpreta la política --como sostiene Enrique Ross, en el prólogo-- como ''el arte de gobernar'' y la ``ciencia del bien común''.
Alexis Ortiz, un estudioso disciplinado de la ciencia política, se emociona con la política --teórica y práctica. Esa misma que usada para el engaño y beneficio de unos cuantos desgasta los partidos políticos y hace que los pueblos pierdan la fe en el sistema, lo rechacen. Luego se lanzan al abismo y estrangulan la esencia de la democracia, adoptando caminos equivocados. Ortiz, asilado en Miami, ha sido protagonista de la política venezolana y víctima de un experimento que compromete el futuro de su país y de la región.